«¿Qué verá en esa estatua?», se pregunta el guardián. Y, como no comprende, no se
atreve a retirarse por si de repente ocurre algo, ahí, esta mañana que comenzó como
todas y ha resultado tan distinta. Pero tampoco se atreve a entrar, retenido por inexplicable
respeto. Y continúa en la puerta mirando al viejo que, ajeno a su presencia, concentra
su mirada en el sepulcro, sobre cuya tapa se reclina la pareja humana.
La mujer, apoyada en su codo izquierdo, el cabello en dos trenzas cayendo sobre sus
pechos, curva exquisitamente la mano derecha acercándola a sus labios pulposos. A su
espalda el hombre, igualmente recostado, barba en punta bajo la boca faunesca, abarca
el talle femenino con su brazo derecho. En ambos cuerpos el rojizo tono de la arcilla
quiere delatar un trasfondo sanguíneo invulnerable al paso de los siglos. Y bajo los ojos
alargados, orientalmente oblicuos, florece en los rostros una misma sonrisa indescriptible:
sabia y enigmática, serena y voluptuosa.
Focos ocultos iluminan con dinámico arte las figuras, dándoles un claroscuro palpitante
de vida. Por contraste, el viejo inmóvil en la penumbra resulta estatua a los ojos del
guardián. «Como cosa de magia», piensa éste sin querer.
fragmento de la primera parte.
atreve a retirarse por si de repente ocurre algo, ahí, esta mañana que comenzó como
todas y ha resultado tan distinta. Pero tampoco se atreve a entrar, retenido por inexplicable
respeto. Y continúa en la puerta mirando al viejo que, ajeno a su presencia, concentra
su mirada en el sepulcro, sobre cuya tapa se reclina la pareja humana.
La mujer, apoyada en su codo izquierdo, el cabello en dos trenzas cayendo sobre sus
pechos, curva exquisitamente la mano derecha acercándola a sus labios pulposos. A su
espalda el hombre, igualmente recostado, barba en punta bajo la boca faunesca, abarca
el talle femenino con su brazo derecho. En ambos cuerpos el rojizo tono de la arcilla
quiere delatar un trasfondo sanguíneo invulnerable al paso de los siglos. Y bajo los ojos
alargados, orientalmente oblicuos, florece en los rostros una misma sonrisa indescriptible:
sabia y enigmática, serena y voluptuosa.
Focos ocultos iluminan con dinámico arte las figuras, dándoles un claroscuro palpitante
de vida. Por contraste, el viejo inmóvil en la penumbra resulta estatua a los ojos del
guardián. «Como cosa de magia», piensa éste sin querer.
fragmento de la primera parte.
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